lunes, 18 de marzo de 2013

Sucumbir

Algo que mucha gente sabe de mi es que me gusta mucho escribir pero poca gente ha leído algo de lo que he escrito, siempre y cuando no fuera dedicado específicamente para esas personas.
Ahí va algo que escribí hace mucho tiempo y que tenía intención de continuar pero se quedo en el intento.


La calma reinaba en el loft de Emma y Leo. Todo estaba en silencio, la televisión, la radio o el ordenador estaban completamente apagados. La luz entraba por todas las cristaleras que tenía el salón. El cielo de la ciudad se podía ver desde la posición que tenía Leo. Estaba de pie, apoyado contra los escalones que daban al piso superior, donde se encontraba el dormitorio diáfano al resto de la casa.
Después de haber estado 5 días fuera de la ciudad no sabía con que se encontraría de nuevo en su vida. Esa vida iniciada con su pareja de la infancia y la adolescencia. Había entrado en el apartamento que habían decidido alquilar al principio de toda esta historia, había dejado las maletas en la entrada y había respirado la tranquilidad que reinaba entre aquellas paredes. Se había quedado embobado mirando las vistas desde la habitación, sentado en la cama, con la cabeza entre las manos. ¿Qué tenía que hacer en aquellos momentos? ¿Coger lo que de nuevo había encontrado en la mesita de Emma y tirarlo? ¿Esperar a que ella llegara para hablar de la situación? ¿Otra vez? No, a Leo no le gustaban las promesas en vano, los “te lo juro”, “lo haré por ti”. No era la primera vez que Emma le hacia aquello, antes era por cosas más banales, ahora era por su salud y su integridad. Estaba cansado de aquella situación y ya no le valían más frases que salieran de su boca en relación a aquel tema. Tenía que acabar aquello y Leo era el único que podía.
Se sentó a esperarla en uno de los sofás del sillón. Sabía que se despertaría un huracán, pero iba a afrontar todo lo que viniera en aquellos momentos. Por Emma.

-¡Leo, mi vida! ¿Cuándo has llegado?- dijo prácticamente tambaleándose hasta caer al lado de Leo.

Aquella no era la preciosa chica que Leo había conocido cuando tenían 10 años. Emma ahora presentaba la amarga cara de la moda, pero menos mal que se podía tapar todo con kilos de maquillaje y Photoshop. Tenía la cara mucho más blanquecina de lo que solía, su pelo ya no tenía el brillo que solía presentar y su color, aquel pelirrojo intenso ya no era el cabello de Emma. Sus ojos de color miel ya no tenían esa especialidad que la hacía diferente y sus marcadas ojeras de color violeta cada día eran más preocupantes. Su piel siempre había sido lisa, impoluta y muy cuidada, ahora se notaba a kilómetros lo que le pasaba a aquella chica. Lo que más marcaba la diferencia en aquella piel era la rojez y la hinchazón que tenía su nariz y sus labios. Marcadas líneas en sus labios debido a la sequedad que estos sufrían. Heridas en las aletas de la nariz y en las aberturas de las fosas nasales. Si le preguntaban a cualquier persona de la calle si pensaban que aquella chica era modelo, nadie se lo creería. Leo tampoco se lo creía.

-¿Dónde has estado?- dijo Leo muy serio.
-Tenía que trabajar, estaba en la prueba del pase de modelos de mañana. Solo he venido a por una cosa que me deje aquí y me voy a la prueba de trajes.- dijo Emma tumbada en el sofá con la mirada perdida.
-Si  has venido a buscar la coca, ya puedes irte.-dijo Leo sin mirar a Emma.
-¿Qué?

Emma salió corriendo hacia el dormitorio. Aquel día vestía un vaquero oscuro, una camisa blanca, una americana y unos altísimos tacones. Comenzó a subir las escaleras pero debido a los tacones y a lo poco que se sostenía en pie sus piernas cedieron y cayó de rodillas, ya en la planta de arriba. Leo había salido detrás de ella para que no se dañara más. Se había intentando poner de pie de nuevo pero uno de sus tobillos cedió y se oyó claramente como uno de los mismos se había roto. Emma dio un grito desgarrador de dolor, pero nada le importó porque cayó de nuevo de rodillas y comenzó a gatear pese al terrible dolor que sentía.

-¡Joder Emma! ¡Para de una maldita vez!

Emma ya había llegado a su mesita de noche y se había puesto como una loca a tirar todo lo que había dentro. Buscaba desesperada aquella bolsa transparente con el polvo blanco que la había hecho hundirse después de llegar a la cima.

-¡Para Emma! ¡Para!- Leo la había cogido por los brazos para apartarla de allí. La imagen la asustó más de lo que esperaba. Emma tenía un pequeño hilo de sangre que le brotaba de la nariz y otro de la boca.
-Leo, por favor, dame la bolsa. Te lo pido. Solo será uno, no más.- Leo se había sentado en la cama, con Emma de rodillas suplicándole. Se estaba limpiando las lágrimas y la sangre con las mangas y con sus brazos. Intuitivamente sorbió por la nariz y continuó suplicándole a Leo.- Cariño, por favor. Solo una. Te haré lo que quieras.- Emma había empezado a desnudar a Leo, intentando comprarlo.
-No Emma.-dijo Leo mirándola, pero ella no le hacía ni caso. Continuaba suplicando y susurrando por favor, no le salían más palabras de la boca.- Vamos, te voy a llevar al médico.
Emma no paraba de pedir y de suplicar que Leo le diera la coca. Estaba con la mirada perdida mientras Leo la alzaba en brazos. Estaba totalmente ida, no se podía mantener quieta, unos terribles temblores sucumbían a su cuerpo.
Leo decidió no llamar a una ambulancia. Llamo al portero del edificio y para que, por favor prepararán su coche en el garaje del mismo y que mantuviera la mayor privacidad posible. Esto, por el momento, no podía trascender. Más adelante ya harían lo necesario para evitar que esto le pasara a más muchachas que se iniciaban en el mundo de la moda. Ya se emprenderían medidas para que niñas como Emma no se convirtieran, con 16 años, en auténticas adictas.

Algo de dramatismo nunca viene mal.

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Mixi

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